LA HABANA, Cuba. – Nadie lo llamaba por su nombre de pila porque eran pocos los que lo conocían por ese apelativo con el que fuera inscrito en el registro civil del oriente del país. Quizá nació en Santiago de Cuba, es probable que en Bayamo, pero eso no importa, lo que más interesaba a todos fue, siempre, su belleza.

Nadie se interesó en cuál registro civil asentaron su inicio, y mucho menos en el nombre de sus progenitores. Tan pronto como preguntaban su nombre, pero muchos querían escudriñar sus misterios, las bondades de su cuerpo desnudo, y igualmente lo que cobraba por ofrecer unas horas de placer. Maceo, dicen, era un coloso en la cama, y él lo sabía, y sabía que todos lo miraban; los unos con deseos, los otros con envidia, con los fanales de hidrofobia de quien sabe que no tendrá la posibilidad de llevarlo a la cama.

Maceo consiguió lo que quería, que era montarse en un avión. Maceo se montó en un avión y viajó a España, a esa vieja España a la que nunca viajó Antonio Maceo, aquel coloso que deslumbrara al poeta Julián del Casal.

El centro es el otro Maceo, ese que tanto se parece al coloso, al menos a ese que conocemos por alguna imagen. El centro de estas líneas es el Maceo que viajó a España y que ha vuelto de ocio a la Isla. Maceo se fue a España con uno de sus clientes. Antonio se casó en España con su cliente y se hizo ciudadano gachupin, y volvió, y se sentó en el Parque Central para que lo descubrieran sus clientes de ayer, esos colegas que no pudieron, al menos hasta hoy, hacer el delirio a España ni a otro sitio.

Maceo se iba con el primero que perfectamente pagara sus servicios. Maceo se suponía “el perfectamente paga’o”, y ahora se exhibe sentado en el parque de siempre, para que vean cómo cambió su vida. Maceo mira ahora a los toros desde las gradas, sin tener que enrolarse. Sus amigos dicen que no le ha ido tan perfectamente, pero quizá eso solo sea “envidia”, quizá porque los otros no consiguieron hacer el delirio hasta hoy. Maceo mira a sus colegas de ayer por encima del hombro, y sonríe.

Maceo se fue a España y volvió para mostrar un éxito que quizá no existe, pero aun así muestra su pasaporte gachupin, tan gachupin como el de los españoles. Maceo, el que no es coloso, necesita reafirmarse en el mismo sitio del “delito”. El necesita el gratitud del éxito, porque quizá solo ese gratitud sea el que consiga reconciliarlo con su pasado.

Y es que no son pocos los cubanos que necesitan una reafirmación que solo encuentran en el gratitud de ese tal éxito, en ese éxito que es, en primer ocupación, un cambio de geogonia. Muchos cubanos necesitan reafirmarse de esa forma, y purgar, purgar, purgar, y no en el purgatorio, más perfectamente en el abismo que los llevó a “pecar”. Esos cubanos sufren de una esmero tardía.

Maceo volvió al sitio del “delito” para eximirse de toda omisión, y qué ocupación puede ser mejor que en el sitio en el que se fue “culpable”. Maceo caldo a redimirse, a reafirmarse en el triunfo, en eso que, supone, son sus verdaderas esencias. Maceo todavía se siente culpable y caldo a redimirse, a convertirse en un coloso del triunfo. Él caldo a mostrar lo que supone que son sus esencias, sin escudriñar que la esencia no es más que esa respuesta que pueda darse a una pregunta, a cualquier pregunta.

Maceo tiene un conflicto con su pasado. Maceo tiene aún una contradicción, una lucha de principios que no lo deja pernoctar, y más si todos lo llaman Maceo, y más si quiere ser agradecido como un coloso del triunfo. Maceo está viviendo ahora entre dos polos: uno es la seducción y el otro la repulsión.

Y eso le pasa a muchos en Cuba y en sus exilios. Maceo caldo a mostrar sus “triunfos” porque no lo dejan pernoctar sus fracasos. Maceo necesita el gratitud de sus triunfos, y eso pasa en cualquier país, a cualquier paisano que vivió inconforme la longevo parte de su vida. Todos queremos ser reconocidos y para conseguirlo igualmente se vuelve al sitio en el que no se fue acertado.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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